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Lo que AMLO propone al Gobierno Español, no es un trauma histórico, es una deuda pendiente que deberá saldarse

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Todos los mexicanos tenemos una idea, por mínima que ésta sea, de lo que fue y significó la Conquista de lo que hoy denominamos México, a manos de un grupo de aventureros españoles, que, con mucha fortuna y el apoyo de los pueblos enfrentados al imperio azteca, lograron conquistar un inmenso territorio, donde las riquezas que encontraron, sobrepasaban por mucho, sus mejores sueños.

Las razas originales que poblaban esta parte del continente recién descubierto y conquistado, pasaron de ser los dueños de su vida y destino, a encomendados de un gran señor español, que gobernaba no solo sobre el territorio adjudicado, sino también sobre la vida y los cuerpos de quienes tuvieron que vivir en adelante, en estado de servidumbre.

Cómo vieron los españoles el episodio de la Conquista, lo sabemos plenamente, ya que fueron ellos quienes escribieron la historia oficial sobre este hecho.

Pero ¿qué pensaron los pueblos americanos sobre la llegada de los españoles a sus tierras? No hay registros que nos den idea de lo que vieron en ese momento los ojos de los naturales de América.

Para acercarnos un poco a esa visión, hoy perdida, hace falta alejarnos de los libros de historia y tomar en cuenta las películas de ciencia ficción que hemos visto en el curso de nuestra vida.

Esas películas donde la raza humana se enfrenta a invasores de otro planeta, que llegan en vehículos plateados, disparando armas que matan a distancia, o con equipo sofisticado que destruye edificaciones y hombres, sin necesidad de estar cerca del blanco. Son enemigos a los que no es posible enfrentar, porque existe un abismo tecnológico que resulta imposible igualar. Por mucho que los terrícolas se esfuercen durante toda la película para alcanzar el triunfo, al final, los que sobreviven a este ataque inesperado, lo hacen gracias a la suerte y no en base lo que pudieron hacer con sus escasos recursos.

Algo similar debieron sentir nuestros antepasados, cuando vieron llegar los barcos de Cortés a lo que sería en breve la Nueva España. Naves enormes, cargadas de armamento. Hombres relucientes que bajaban de estos vehículos, montados en bestias equipadas singularmente. Armas que producían un ruido infernal y gran número de muertos, aún estando a gran distancia. Espadas, puñales, lanzas, escudos, fabricados con metales desconocidos en el continente americano. Y, sobre todo, la apariencia de estos hombres de ojos claros, barbados, altos la mayoría de ellos y poseídos de un impulso guerrero, que más adelante pudieron identificar con la codicia.

Para nuestros antepasados, el primer contacto fue demoledor. Antiguas profecías anticipaban el encuentro, que de todas formas fue de un impacto inimaginable.

Agreguemos a ello, que los españoles no venían, como hoy dicen los congresistas españoles, “a civilizar estas tierras” y “librarnos del dominio de una raza cruel”, como consideran ellos al reinado azteca, sino a saquear todos los recursos encontrados, en favor de la metrópoli. En una comparación imparcial que se puede hacer ahora, podemos afirmar que más daño causaron los españoles en su periodo “civilizador”, que los aztecas durante su corto reinado.

Para las razas americanas, la llegada de los europeos significó un cataclismo, y el final de una era, en la que fueron dueños absolutos de sus territorios. Los españoles derrumbaron ídolos, erigieron cruces y levantaron un imperio de 300 años, donde los únicos beneficiados, fueron todos aquellos nacidos en España, que se aventuraban a venir al nuevo Virreinato, en busca de fortuna. El imperio español vivió su mejor época, gracias a la inmensa riqueza que recibió de parte de sus colonias.

No se entiende entonces que los políticos españoles hablen hoy de una “cruzada civilizadora” que trajo provecho y conocimiento al nuevo continente. No puede ser que, a falta de argumento reales, recurran a la trampa y al engaño para justificar una negativa de su rey, a la solicitud del presidente de México, para que, en un evento de desagravio, se pida disculpas al pueblo mexicano, por el daño causado a nuestros antepasados, durante 300 años de colonialismo.

No es un trauma histórico lo que mueve a presentar esta solicitud al rey español. Es una cuenta pendiente que deberá saldarse, si no hoy, más adelante. Se trata de hablar con la verdad y reconocer que el colonialismo español, resultó tan dañino como lo fueron el inglés, el belga o el francés, por hablar de los más salvajes. Estos gobiernos se han disculpado ya, por los atropellos cometidos.

España tiene la costumbre de recordar con frecuencia la invasión napoleónica, como uno de los hechos más afrentosos contra su país. Recordar a José Bonaparte sentado en el trono español, les causa molestia aún. ¿Es tan difícil para el rey de España, sus congresistas y políticos pensar, que lo mismo nos sucede a los mexicanos, al recordar a virreyes y encomenderos haciéndose ricos a costa del sufrimiento de nuestros antepasados? ¿Es tan difícil reconocer que España se hizo grande gracias al dolor y sufrimiento de quienes habitaban en sus colonias?

Lo único que se les pide, hoy en día, es un poco de empatía. Solo eso.

López Obrador hizo lo justo, al solicitar que se limpie la historia oficial y se reconozcan públicamente los errores del pasado español. Quien no reconoce las faltas cometidas por sus antepasados, valida de alguna forma, la falsa historia que intenta enmascarar una realidad que en estos tiempos, resulta inocultable.
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